Por: Celso Huanccollucho
Hay memorias, recuerdos, que unas veces se desvanecen a través del tiempo , otras veces se esfuman, como esas vidas efímeras, como la neblina que se expande, opacando en el momento, luego desaparece; así es esta pequeña historia de una etapa en mi vida que hoy quiero narrarles, para que no se pierdan en el tiempo, sino estén en vuestro recuerdo y ello acaricie también la historia de vuestras vidas, creo que es similar a la vuestra, porque sucedió lejos de la Patria, lejos de aquello que nos arraiga, nos aferra a la tierra donde nacimos, el calor de su alma, su fuerza infinita.
Eran aquellos años de guerra interna en mi patria, años de deportación forzada, era necesario partir a cualquier rincón del mundo, dejando lo más querido, así muchos peruanos llegamos a Berlín, pero la migración ya había sido fuerte porque también bolivianos, ecuatorianos, colombianos etc., se encontraban en esta ciudad: Berlín.
Yo llegue a Berlín cuando aun el invierno no estaba presente, pero se sentía el murmullo de las hojas muertas que se rastrillaban en las calles, parques, casi todos los arboles estaban desnudos, desflorados, alrededor mío veía montañas de edificios, montañas de cemento, pero como un mundo bullicio, la gente caminaba apurada, entre morenos, cobrizos, chinos, rubios. Así, sin darme cuenta me encontraba ya en Alexanderplatz, el primer lugar que conocí, lugar de muchos inmigrantes como yo, más tarde comprendí que en esta plaza se reunían todos aquellos que querían desahogar sus tristezas, reír con los que hablaban su idioma y festejar, si así lo exigía el momento, pues los recuerdos jalaba aquello que habían dejado; los peruanos vendiendo su música , los turcos sus verduras y frutas, los cubanos que escaparon de Fidel pululaban con sus licores, muchos decían que eran “ Los Gusanos”, los yugoslavos timaban a la gente, con ese juego de mesa que hacían ellos; el Eins, Zwei, Drei ( uno, dos, tres) esta es la que gana, esta es la que pierde; muchos caían en el juego yugoslavo, perdían cientos de marcos, por ese motivo la policía se presentaba a cada instante en la plaza y perseguía a los yugoslavos y los arrestaba , allí caían indocumentados, sospechosos, es así que entonces se veía en ese momento como desaparecían todos para no caer en manos de ellos por la redada que hacían.
Sentado en una patilla de la plaza, mientras pensaba que hacer en esta ciudad, como empezar esta nueva etapa en mi vida, veía casi el marchar de los transeúntes, hombres y mujeres cada quien susurrando palabras incomprensibles para mi, alemanes, polacos, vietnameses, rusos; en eso escuche a alguien que me decía: ¿paisita eres peruano?, Y conteste apresuradamente –por supuesto – A lo cual me respondió –claro ya lo sabía, puesto que tienes casi los mismos rasgos que los otros peruanos– así luego le pregunte: ¿y tú de dónde eres mi querido amigo?. Me contesto: ¡alemán!; ¿alemán? me dije, lo observe bien, tenía la cabellera larga, una vincha cubría su frente, era de talla mediana, sus ojos avivados, de mirada penetrante, su nariz era casi aguileña, llevaba una guitarra al hombro, como un romántico aventurero.
–Me llamo Ralf Meyer, ¿y tú?–, le respondí casi afanado Celso. Luego le conté que buscaba trabajo, que había llegado hace pocos días, que buscaba casa para poder vivir aquí en Berlín, él me respondió: ya sé, todos ustedes buscan lo mismo; yo trabajo aquí en la estación del tren (S-Bahn), estaré un par de horas, luego si quieres vamos a mi casa, allí puedes quedarte algunos días. Yo feliz respondí: claro que si, gracias Ralf; mis pensamientos corrieron a la velocidad del tiempo, quise descifrar mi futuro con ese código llamado esperanza, con esa ilusión de que algún día mis malos momentos serán dulces recuerdos de mi vida y también a mis ojos desfilaban todos aquellos a quienes había dejado en mi tierra cargado de sueños y esperanzas; también en mis oídos estallaban aquellas sabias palabras de mi madrecita; hoy era blanda la dureza de mi padre y así me dije : “Se fundirán mis debilidades como el hierro que se funde en el crisol con el fuego y ese caldo fundido estallara al contacto de mis agallas”… Atikummi, Atikummi (si se puede, si se puede).
El frio de la tarde en la plaza, acariciaba mi rostro con su manto gélido, un frio casi helado, la sombra del ocaso se agigantaba como un monstro para cubrir la luz agonizante de la muerte del día, mi hermanita apareció casi apresurada en la puerta del Kaufhof, el centro comercial más grande que había visto en mi vida, Luz que así se llama mi hermanita, me dijo: no hay nada, solo lo de Ralf. Yo ya le había comentado la propuesta de que nos alojaría en su casa; fuimos a buscarlo a la estación del metro de Alexanderplatz, era todo un laberinto, me parecían túneles que penetraban hacia el fondo de la tierra, veía como los túneles se tragaban cientos de gente al bullicio del chirriar de los rieles y llantas de los trenes. Finalmente encontramos a Ralf, trabajando en el pasadizo del U-Bahn 8 (línea de tren 8), apoyado en la pared del lado derecho tenía un pedazo de franela tendido en el piso, tocaba su guitarra a cambio de una moneda, nos acercamos sigilosamente, nos guiño el ojo y nos dijo: tengo que llegar a 20 marcos, la gente está muy dura, creo que ya no pegan mis canciones. Para mi creo que era heroico su trabajo, rascar la guitarra con temas que no le gustaba a la gente, el eco de su melodía se perdían junto a la muerte del día y así casi automáticamente al cabo de minutos nos dejamos engullir por el U-Bahn 5; mi Hermana, Ralf y yo.
Ralf nos decía que solo eran cuatro estaciones a Samariter Str. y la Rigaer Str; así fue como llegue allí tan lejos de mi tierra, a ese lugar que posteriormente lo llamaron “La trinchera de America”, aquellos días nuestra tristeza, nuestra audacia, nuestros sueños habían parido ciertamente aquel “Pukara” (Fortaleza), donde cada día, cada uno de nosotros salíamos de ahí a las calles de Berlín con nuestras esperanzas al lomo, como verdaderos guerreros a cosechar triunfos, decíamos “ iremos a recoger los centavos de las calles”, ciertamente había muchos centavos por doquier, solamente había que saber recogerlos.
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