Por: C²
—¡¡Aaahhh!!— grito largo. —¿Qué pasó?— se sobresalta. —Nada, ¿no sabes qué lenguaje es ése?— la calmo. —Ilústrame— —Es el bohemio, en estado ebrio, pidiendo “dos máás mooozooo”— —Mira tú — —¿No sabías?— —Si lo viera en ese contexto, lo reconocería— —Así es, pero cuando oigas “¡¡Aaahhh!!” es el borrachín, con la señal de “victory” en la cantina— —Me lo estoy imaginando— —Yo al principio, me reía, por condescendencia. Una vez en Lima, en mi barrio, los patas borrachos, en una cantina clandestina, sentados en sillas de paja, levantaban la mano con la señal de V, pensaba que habían ganado algo, pero ya ves, no era así— —Qué loco— —Mi primo había pedido una caja de cerveza, sobrio, coge su cigarrillo, aspira profundo, color plata y plomo, cual moco de pavo, cuelga la ceniza, la yema del índice toca suave el pucho blanco, choca con el canto del vaso, la ceniza se esparce en la cerveza— —Salud, primo— brinda conmigo. —Pegado al espaldar de la silla observo absorto beber esa mezcla. No le veía lógica, me asusto, que mi primo, no mareado aún, se esté cruzando. Deseaba emborracharse rápido. Para eso era la ceniza en el vaso de cerveza— —¡Qué bestia!— —Ya tú ves— —Sí, hay maneras de olvidar— —Sí. Es que estaba, en ese tiempo, enamorado de una puta, deseaba contarlo, no podía sino en estado etílico— —Por lo doloroso del asunto— —Así es, eso fue en una cantina clandestina de esteras, a puerta cerrada, para ser más exacto, a puerta trancada— —¿Estás ya escribiendo tu libro?— —Yo, no, pero tengo algunos apuntes, relatos, poemas, no es fácil escribir— —No, no lo es. Es talento, es disciplina, es técnica— —Sí, es cierto. Mi primo, estaba enamorado algunos años de esa bella chica que trabajaba en Ventanilla, de prostituta. Se enamoró de verdad. A tal extremo que casi le cuesta la vida, le dejó huellas en cuerpo y alma, pues no ha podido encontrar otra. En cuerpo, riñón e hígado parchados, fémur, tibia y peroné entornillados— —Esos amores imposibles, qué energía para dar a eso que no tiene un buen fin— —Así es. Ella accedía íntimamente a todos sus deseos, era hombre feliz, ahora caminaba erguido, varonil. A pesar que trabajaba, ganaba bien, vendiendo hielo en el terminal pesquero de Ventanilla, no podía ofrecerle lo que ella exigía si dejaba su trabajo— —Pero se enamoró— —Sí. E iba regularmente a buscar su olor— —Ese olor era mezcla de Yanbal y esperma— lo atropello.
Me queda mirando, se asa, esquiva la vista.
—Pues así huelen las putas en los prostíbulos de Lima— lo tranquilizo. —Oh, te las conoces—
Muchos años después nos encontramos nuevamente en un bar latino, en Berlín.
—¿Tú andabas también en el trocadero?— me pregunta curioso. —No, no andaba, olía todos los días ese agradable aroma—
Se había olvidado que mi tía era puta en el Callao, ella vivía en mi casa, niño yo aún.
—Que historias de vida, qué es de tu tía— —Eso es mi barrio y mi gente. De ahí que siempre me gustó el desodorante Yanbal— —Que ya ni existe— —Claro, ya no existe, pero ese olor está en el subconsciente. El olor te transporta. Por eso antes, cuando hacía el amor, buscaba en la mujer ese olor— —Como que se me hace fácil imaginarlo— —Jodida la mente del individuo—
La quería tanto que no tenía otro tema de tertulia. Después del trabajo, contento de haber vendido esta vez más del promedio, decidió emborracharse para olvidarla.
—Hieeelo, hieeelo, hielo pitóóó— la frase revienta en su mente.
Se tomó varias al polo. No recordó más. Había ido esa noche a verla en su centro de trabajo, la vio sola, en la puerta de su recámara, la luz tenue resalta su femenina silueta, no tiene clientes, sintió su erótico aroma, la amó de por vida. Ella no le cobró, sentía también algo por él.
—Quédate, estás mareado— lo incitó, sin saber porqué.
No atinó palabra alguna, salió del cuarto, resuelto, el pantalón ajustado, caminó la calle, no supo si llorar o reír, se le opacó la vista.
—Debí haberle hecho caso, primo— escucho su voz apagada.
Borracho, solo, parado en la penumbra, pensó volver, se acordó de la maldita panamericana.
—Quítate de la vía perico— entonó la frase de Cortijo y su Combo.
Pensó en ella, sonrió. No sintió el impacto. El ómnibus interprovincial, se había salido un tanto de la pista. A insistencia de los pasajeros el chofer detuvo el vehículo, voluntarios corrieron a verlo. Lo depositaron inconsciente en el pasadizo entre la fila de los asientos.
—Al hospital de Collique, hospital de Collique— gritaban unísono. —Esa noche hubo apagón, los doctores me operaron a la luz de velas, primo— —Era mi velorio, me comentaron— —Me visitó. No la he vuelto a ver, sé que trabaja en Huacho—
Su peculiar sonrisa esquiva me recuerda al barrio. Nos levantamos, un bolero marca nuestros pasos, salimos a la calle, el aire fresco de madrugada de la Potsdamer Straße golpea nuestros rostros, nos despedimos, se aleja tratando de que no se le note su cojera. Un bus de doble piso pasa rasante delante mío.
Berlín 1977 – 1988
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